miércoles, 7 de noviembre de 2007

Contar o no contar

Cualquier análisis acerca de este asunto debe hacerse, según mi humilde criterio, partiendo de la base de que siempre que contamos algo lo hacemos para satisfacer una necesidad propia. Es nuestro impulso el que nos lleva a someter a los demás a la escucha de nuestras interesantísimas anécdotas, nuestras penurias y alegrías y nuestras opiniones acerca de todo.
El ser humano es esencialmente egoísta; cuando ama a alguien lo hace porque su propio organismo se lo exige. Jamás consultamos antes al "afortunado" destinatario de nuestro amor con el noble propósito de que participe de la decisión. Se nos antoja enamorarnos o desear a alguna persona y lo hacemos, y luego le zampamos en la cara su nueva ubicación en nuestra arbitraria escala de prioridades sentimentales, y encima, esperamos que se alegre por ello.
Con la mayoría de las cosas que hacemos pasa lo mismo, casi todos nuestros actos podrían enmarcarse dentro de los límites sugeridos en el párrafo anterior. Y por supuesto que, contar a otro las cosas de nuestra vida, no escapa a esta generalidad.
Nuestras historias lindas (copyright de Ernesto) y nuestros dolores, nuestras flacas victorias y nuestros pesados naufragios, nuestros anhelos constantes y nuestros desalientos no menos constantes, son lo más importante que tenemos, son la materia de nuestra anti-materia. Lo que debemos tratar de advertir antes de darle alguna de estas cosas a otra persona, es su capacidad para valorar lo que le estamos entregando. La mínima sospecha de que no tendrá ni siquiera un poco de talento o interés para entender y apreciar en su justa medida esa porción de alma, escondida entre palabras, que le estamos obsequiando, es motivo suficiente para callar.

¿Quiénes son, según mi experiencia, los mejores "escuchadores"? Los amigos, sin lugar a dudas. A ellos se les cuenta todo lo que tengamos ganas de contar. Y no hay que tener miedo de que nuestra alegría le cause al otro un dolor, o que nuestras mil mujeres (las de Ernesto, claro) le hagan pensar al otro en lo austero de su vida sexual, o que nuestra angustia le traiga al otro más angustia. Porque si esto sucede, si mi historia, si mi proyecto, si mi creencia provoca en mi amigo algo bueno o malo, allí estaré yo para poner mi oreja y recibir su propia porción de alma.

Hace algún tiempo un amigo mío que vive en Alemania me llamó por teléfono para contarme de un problema que lo venía aquejando bastante y que no podía resolver, un problema por el que yo mismo había pasado y que en mi caso parecía resuelto. Mi amigo, no pensó en ese momento que hablar de aquello conmigo podía destapar en mí, algunas ollas con olor a podrido y no muy bien tapadas quizás. No lo pensó y estuvo bien que así fuera, me pidió un consejo y se lo di, y creo que de algo le sirvió. Reitero, porque quizás no se han detenido en un detalle importante, mi amigo en Alemania y yo aquí en Uruguay. En miles de kilómetros a la redonda, el tipo pensó en mí como la persona que podía estirar la mano y ayudarlo a salir del barro. Puedo decir con absoluta certeza que recibir una llamada de estas características, de un gran amigo y desde tan lejos, es verdaderamente gratificante. Para mí la amistad es una de las cosas más perfectas y maravillosas que tiene la vida. La amistad logra que los egoísmos de las personas se den la mano; en la amistad lo peor de uno y lo peor del otro también se hacen amigos. Ya ven, su angustia provocó en mí, indirectamente, es obvio decirlo, una sensación de regocijo. Y mi angustia de años anteriores le dio a él una herramienta, una herramienta que no dudó en usar cuando fue necesario. Si yo no hubiera hablado con él de mis problemas él no habría sabido, y entonces no habría llamado y entonces... vaya uno a saber... con tantos "entonces" y con tantos "quizás" no se forja la amistad, no se forja nada. .

Esto demuestra, creo yo, que la mejor alternativa es siempre contar.
Aunque ahora que lo pienso, yo nunca le conté a él que su llamada de aquel día me hizo muy feliz, me hizo sentirme querido y necesitado (otra vez el egoísmo), me dio la certeza, que nunca es suficiente, de que el tiempo y la distancia no pueden con la amistad genuina. Y vamos, que hombre no se siente feliz ante una comprobación como ésta.

Nunca le conté, pero bueno, se está enterando ahora.

No hay comentarios.: